En el centro está el milagro de Nochebuena y la visión de la Candelaria. El significado de ambos acontecimientos se ha grabado hondamente en la Familia, de modo que resulta innecesario entrar en detalles.
El milagro de Nochebuena fue para nosotros una poderosa irrupción de lo divino en nuestra Familia. Irrupción que caló en nuestra alma, proyectándose a toda la persona y la comunidad. Como prueba visible de que dicho milagro había impresionado y elevado al individuo y a la comunidad, esperábamos que se rompieran las cadenas materiales que ataban a la Obra, al arquitecto y a los albañiles. Y se cumplió plenamente esa esperanza durante y después del primer cautiverio.
En el segundo cautiverio, de 1951 a 1965, alentaba la misma gran esperanza y anhelo. El 22 de octubre de 1965 echemos una mirada retrospectiva sobre los catorce años transcurridos y entonamos nuestro canto de gratitud con mayor fervor aún en 1945. Porque constatamos que no sólo se habían roto las cadenas exteriores, sino también interiores. Y ambas cosas en una medida tal que la Familia aún no ha tomado plena conciencia de cuánto ha aumentado el espíritu de libertad en nosotros; libertad de nosotros mismos y libertad para Dios, para los deseos y la voluntad de Dios.
Hoy, todavía no comprendemos esa imagen del todo la novedad de esa imagen de hijo, de padre y de comunidad que se ha hecho realidad en nosotros, y que será un regalo perpetuo para todas la generaciones de nuestra Familia.
No pasemos por alto la profundidad que ha alcanzado esa transformación hacia el final del segundo cautiverio. Transformación ante todo de la imagen de padre. Para nosotros Dios fue siempre un padre amoroso. Y ese amor de Dios es lo que destaca fuertemente la "ley fundamental del mundo" que ha determinado e impregnado desde el principio el espíritu de la Familia.
Sabemos no sólo en teoría sino en la práctica que la razón de razones de toda acción de Dioses, por último , el amor..
Todo lo que proviene de Dios acontece por amor, mediante el amor y para el amor. Siempre consideramos como nuestra misión especial hacer de esa divina ley fundamental del mundo nuestra ley fundamental de la vida y de la educación. Sabíamos también que su amor tenía la nota característica de ser misericordioso. Pero lo que es nuevo para nosotros es la extraordinaria magnitud de ese amor misericordioso de Dios.
En efecto , como lo enseñamos desde los albores de la historia de nuestra Familia: por último Dios no nos ama porque seamos buenos y nos portemos bien, sino porque él es precisamente nuestro Padre. Él derrama sobre nosotros su amor misericordioso con la mayor abundancia cuando aceptamos con alegría nuestras limitaciones, debilidades y miserias, cuando tomamos conciencia de que éstas nos otorgan el mejor derecho a que se abra Su divino corazón y fluya hacia nosotros el torrente de su amor.
En lo futuro frente a Dios haremos valer, más que nunca dos realidades que nos otorgan ; su infinita misericordia y nuestra insondable miseria.
Con gusto unimos nuestras manos y rezamos:
Querida Madre y Reina tres veces Admirable de Schoenstatt :
Haz que nos experimentemos como hijos de rey débiles y dignos de misericordia, y de ese
modo caminemos por la vida sabiéndonos destinatarios predilectos del infinito amor paternal de Dios.
En "La santidad de la vida diaria" se dice en este sentido: "La debilidad reconocida y aceptada del hijo significa la omnipotencia del hijo y la impotencia del Padre".De este modo hemos caracterizado la nueva imagen de hijo que vivimos y experimentamos en los pasados catorce años y que queremos legar a las generaciones que vendrán.
De J .Kentenich, "Carta de Navidad a la Familia de Schoenstatt.
Roma, 13.12.1965.
Del libro : Unidos al Padre
Mons. Peter Wolf.
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